La Casa Roja por Liliana Weisbek

Este cuento fue editado por la Antigua Abacería de San Lorenzo (España) en su V Certamen Literario y forma parte de un CD que el establecimiento entrega a sus clientes.

Cuando llegamos a la Avenida Dorrego doblamos a la derecha, tal cual nos había indicado Julia, cuando llegan a Dorrego doblan a la derecha, una vez que cruzan Córdoba, hacen dos cuadras, en la tercera cuadra, de la mano derecha, a mitad de la misma la van a ver, es una casa cuadrada, sobre la línea municipal, pintada de rojo, no tiene número en la puerta, pero no se pueden equivocar.

Seguimos las instrucciones de Julia y allí estábamos, en la cuadra indicada, avanzando despacio, no nos costó encontrarla, la casa roja, se destacaba por su color en medio de casas similares, pero despintadas o pintadas en tonos de ocre o gris. Estacionamos a una cuadra y caminamos emocionados tomados de la mano, Marcos y yo,nos encantaba hacer esos tours gastronómicos, como los llamábamos, ir a restaurantes de diversas culturas, probar platos exóticos, aunque a veces resultaran rotundos fracasos.

Sabíamos que teníamos buen paladar, y ambos, teníamos una sólida cultura gastronómica, leíamos muchos libros del tema, cocinábamos muy bien, habíamos hecho cursos de cocina, éramos dos chefs sin título. Y como tales, nos dirigíamos hacia ese restaurante fantasma, uno de esos nuevos reductos que comenzaban a aparecer en Buenos Aires, sin nombre, sin cartel, dirigidos por chefs que recibían gente en sus casas, la publicidad de boca en boca, era el último grito en gastronomía de avanzada. Además Julia era una experta, no se podía equivocar.

Ya delante de la casa roja nos llamó la atención que no hubiese un timbre, ni siquiera un llamador con forma de manito, tan típico en esa zona de Villa Crespo.

Como si nos hubieran estado esperando, la puerta se abrió y pudimos observar desde afuera un ambiente en penumbras. Marcos y yo nos miramos, dudamos un segundo, luego él dijo: seguro que es acá, Julia nos dijo; entonces, con decisión, ingresé al lugar seguida por Marcos.

Ya dentro de la casa pudimos percibir cosas que desde fuera no se notaban, una suave música invadía el ambiente, el lugar no estaba tan en penumbras como nos había parecido desde afuera, había poca luz pero se distinguía todo perfectamente, dos magníficas arañas de caireles colgaban desde los techos altos, pintados de blanco, igual que las antiguas molduras. Las paredes eran de color crema, las puertas del mismo rojo que el exterior de la casa, de las paredes colgaban algunos cuadros, parecían antiguos. El ambiente en el que estábamos seguramente habían sido dos cuartos que se unieron al derribar una pared, los pisos eran de madera oscura y crujían bajo nuestro peso.

Había cinco mesas para cuatro personas y solo dos de ellas estaban ocupadas.

Una joven, vestida de negro, se nos acercó y amablemente nos preguntó quién nos enviaba: Julia Ramos, dijimos al unísono. Ella se sonrió, doña Julia siempre tan atenta dijo y nos condujo hacia una de las mesas vacías.

No había carta, ni siquiera de vinos, nos trajeron el vino ya servido en copas, exquisito, de un rojo espectacular, al preguntar Marcos que vino era, la moza contestó que era un secreto del lugar. Ambos reímos, Julia sí que nos había mandado a un lugar exclusivo.

La comida consistió en tres platos, un consomé indescifrable pero increíblemente rico, una entrada, parecía una ensalada pero extrañamente no pudimos distinguir algunos ingredientes, y un plato principal que consistía en una carne acompañada por remolachas en tres presentaciones diferentes. De postre nos trajeron una degustación de cuatro tipos de tortas, todas ellas con frutos rojos.

Nos llamó la atención, y lo comentamos en voz baja, que toda la comida tuviera tonalidad roja, quizás usan un color para cada día de la semana, razonóMarcos, yo asentí. Fuera como fuera, el vino era exquisito y la comida también, nunca habíamos comido algo así, se lo dijimos a la moza cuando le pedimos la adición, agregando que nos gustaría felicitar al chef. El chef es el dueño, dijo la joven, si me siguen los llevo con él y de paso pagan la cuenta, a los amigos de doña Julia les cobra él en persona, agregó. Parecía raro, pero sabíamos que ese tipo de lugares tienen sus propias reglas. Seguimos a la moza por un largo pasillo, al final del cual abrió una puerta.

Lo que siguió después, y lo hablamos muchas veces con Marcos, quedó nebuloso en nuestra mente. El lugar al que entramos estaba casi en penumbras, lo iluminaban un par de candelabros con velas sobre una chimenea, distinguí algunos sillones de estilo francés tapizados en terciopelo rojo, dos hombres vestidos de cocineros, pero con uniforme negro nos miraban parados en medio de esa sala, el chef y el sous chef, dijo la moza mientras cerraba la puerta. Quedamos solos con esos hombres, sentí miedo, pero algo parecido a una parálisis, me impidió huir, luego Marcos me diría que él tuvo la misma sensación.

Los hombres se nos acercaron y uno de ellos, creo que fue el chef nos habló, los amigos de Julia no pagan la adición con dinero, dijo, y eso fue lo último que recuerdo, luego sobrevino la oscuridad. Cuando recobramos la conciencia, estábamos parados, tambaleantes, en la vereda de la casa roja. Notamos que el interior estaba completamente a oscuras, Marcos miró la hora y se sobresaltó, me dijo que habían pasado varias horas desde que termináramos la comida. Nos sentíamos débiles, con dificultad llegamos al auto, Marcos enfiló hacia una estación de servicio cercana, necesito un café, dijo. Yo también lo necesitaba.

Sentados en el bar de la estación de servicio no teníamos fuerzas ni para hablar, sorbíamos el café despacio, sin mirarnos. Pasó un hombre a nuestro lado y se detuvo extrañado, les sangra el cuello nos dijo y siguió hacia la salida. Nos tocamos, y entonces, ambos sentimos las dos incisiones que lentamente dejaban caer un hilito de sangre roja.

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