Las Diez Cicatrices por Liliana Weisbek

Este cuento obtuvo el Primer Premio en el XII Concurso Internacional de Narrativa Leopoldo Lugones de la Biblioteca Popular El Talar.

I

A cierta edad los recuerdos son vagos. Creo que era demasiado chico, por eso no recuerdo otras cosas que luego me enteré habían sucedido, pero esa escena sí la recuerdo con nitidez: mi madre me dejó en el Jardín de Infantes, la maestra me miraba con lástima, ¿o sería con asco?, un nene se puso a llorar. Me hizo sentar en una mesita y los otros que estaban sentados a la misma la miraron interrogantes. “Este es Matías, el nene nuevo del que les hablé, vamos a compartir con él nuestros juegos”, dijo la maestra. Entonces, uno de los que estaba sentado en la mesita conmigo, se levantó y me pegó en la cabeza: “malo y feo”, me dijo y se fue para otro lado. Esa fue mi primera cicatriz.

II
Tengo muchos primos, ahora algunos viven en el exterior, pero cuando yo era chico vivían en Pergamino, en el campo. Todos los veranos, para las fiestas íbamos “para estar con la familia”, como decía mamá. Allí teníamos mucha libertad, nos dejaban correr por el campo, solo teníamos que estar en la casa a la hora de las comidas. Una tarde, a la siesta, cuando los mayores dormían, mis primos me llevaron al galpón, no me pude resistir eran más grandes que yo, me encerraron en la jaula donde hacía unos años habían tenido encerrado a un puma. Yo gritaba que me dejaran salir, pero el galpón estaba lejos de la casa, nadie escuchó. Al rato comenzaron a llegar chicos y chicas del pueblo, de todas las edades, rodeaban la jaula y me miraban con curiosidad. “¿Muerde?”, preguntó uno. “Claro que muerde”, contestó uno de mis primos. Algunos me golpearon con un palo que pasaban por las rejas. Pasado un tiempo que me pareció eterno entró el capataz y los echó a todos. Me sacó de la jaula y me llevó a la casa. Se armó un revuelo bárbaro. A mis primos los castigaron y nosotros nos fuimos de vuelta para Buenos Aires. Esa fue mi segunda cicatriz.

III
La escuela primaria empezó mal. Nadie se quería sentar en el pupitre conmigo, en los recreos estaba solo, en Educación Física no me querían incluir en ningún equipo y eso que corría rápido. Mis compañeros me miraban y cuchicheaban entre ellos. Esa fue mi tercera cicatriz, duró seis años.

IV
La secundaria no fue mejor, creo que las cosas empeoraron. Nunca me invitaron a ninguna fiesta ni a ninguna salida. Me incluyeron en el equipo de futbol pero solo porque amenazaron a mis compañeros con amonestaciones colectivas. De más está decir que no tuve ninguna novia, las chicas me esquivaban. Esa fue mi cuarta cicatriz, la más dolorosa.

V
Cuando decidí estudiar medicina mi familia supuso que era lo lógico, yo querría saber cómo corregir lo que me afectaba, pero estaban equivocados. Estudié medicina porque me gustaba, de chico me encantaba ir al pediatra porque me dejaba jugar con el estetoscopio. Creí, completamente errado, que en los claustros universitarios, encontraría comprensión, pero me equivoqué. Ya en el ciclo básico me pusieron el sobrenombre que me duró toda la carrera: Frankestein. Esa fue mi quinta cicatriz.

VI
Mis notas siempre fueron excelentes. No podía ser de otra manera, si tenía todo el tiempo del mundo para estudiar, sin amigos, sin salidas, sin novias. Fue en mi primer año de residencia en el Hospital de Clínicas cuando te vi por primera vez Camila, no eras la más linda pero para mí fue como ver a una Diosa del Olimpo. Rubia, alta, elegante, estabas maravillosa con el delantal blanco y esos anteojos que te hacían parecer mayor. Supe al instante que eras mi alma gemela. Averigüé que te especializabas en pediatría, se notaba que amabas a los niños. Nos cruzamos varias veces en los pasillos y en una de esas veces me sonreíste. Yo creí haber tocado el Cielo con las manos. La siguiente vez que nos cruzamos simplemente me ignoraste. Esa fue mi sexta cicatriz.

VII
Comencé a espiarte por donde fueras, también te seguí hasta tu casa. Muchas noches las pasé montando guardia fuera de tu departamento. Estaba tan acostumbrado a pasar desapercibido que nadie notó mi presencia. En esas noches en vela descubrí que a veces salías con amigas y a veces con algún hombre, uno de ellos comenzó a quedarse a dormir. Esa fue mi séptima cicatriz.

VIII
Un día yo salía con mi auto del Hospital, agarré por Córdoba y te vi en la parada del colectivo, supuse que se te habría roto el auto. En un impulso desconocido para mí, me bajé del auto y te grité: “Camila, ¿querés que te lleve?” Vi que dudaste. Creo que estabas a punto de subirte a mi auto cuando desde atrás tocaron bocina y escuché la voz de otra doctora: “Cami, vení que nos vamos a tomar un café a Starbucks”. Sin mirarme, corriste hacia el auto de tu salvadora. Esa fue mi octava cicatriz.

IX
Dos semanas más tarde decidí hablarte, tenía que vencer la timidez que me acompañaba desde chico. Te vi venir por el pasillo y me planté delante tuyo: “Camila, te invito a tomar un café después que termine nuestro turno” Me miraste sorprendida, “¿Cómo sabes mi nombre?”, preguntaste. “Todo el mundo sabe tu nombre”, te respondí. Casi sin mirarme susurraste: “Te agradezco pero no puedo, tengo novio, estoy comprometida” y me mostraste tu mano izquierda, en tu dedo anular izquierdo brillaba un anillo con pequeños diamantes. Después te alejaste por el pasillo. Esa fue mi novena cicatriz.

X
Y no va a haber cicatriz número diez, porque ahora las cicatrices van a ser tuyas Camila, me costó muy poco entrar al edificio donde vivís y esperarte escondido en las sombras, nadie nota mi presencia nunca. Cuando abriste la puerta de tu departamento me abalancé sobre vos y puse un trapo con cloroformo sobre tu cara. Te dormiste enseguida. Y entonces comencé mi trabajo, mi obra de arte, lo que nos acercará definitivamente, una por una fui reproduciendo en tu rostro mis cicatrices, esas que, cuando era un pequeño que recién caminaba, me hizo en el campo un puma al que quise tocar en su jaula, esas que me estigmatizaron toda la vida. Ningún cirujano plástico podrá remediar tus cicatrices, Camila, mi amor, eso lo sé porque lo viví en carne propia. Y cuando la sociedad te excluya, porque les dará impresión mirarte, ahí estaré yo, tu alma gemela, esperándote para consolarte.

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