El Fin del Mundo por Liliana Weisbek

Este cuento obtuvo el Segundo Premio en el Concurso Literario de la SADE Filial Zona Norte 2021.

Todas las tardes de verano, cuando el agobiante calor del día parecía tomarse un respiro, Teresita, junto con su padre, al que llamaba Tatá, se sentaban en una herrumbrada mecedora para dos personas que había en el patio de la casa y leían el diario vespertino que todas las tardes llevaba el diariero.

El perro Duque siempre se tendía a un costado de la mecedora, al lado de Teresita.

La madre de la niña aprovechaba ese momento de tranquilidad para preparar la cena.

Así era todos los veranos, desde que ella había aprendido a leer: la niña y el padre leían, el perro dormía y la madre preparaba la cena.

Teresita y su padre tenían un método de lectura: el hombre leía la primera hoja de ambos lados y luego la última de la misma forma y, una vez leídas, se las pasaba a Teresita y así hasta completar los cuatros pliegos del periódico. También la ayudaba con alguna palabra difícil.

Era una tarde de febrero y Teresita estaba ansiosa. Hacía ya tres años que leía el diario, y, para esa fecha, todavía no había aparecido la noticia que puntualmente aparecía cada año en el mes de Febrero y que tanto la preocupaba y asustaba.

La niña estaba segura de que en algún Febrero “eso” iba a ocurrir, aunque hasta ese momento todos los febreros habían transcurrido sin novedad.

Teresita levantó la vista y justo en ese momento el padre bajó el diario. Las miradas de ambos se cruzaron y el padre, le pasó una página del diario.

-Gracias tatita -dijo la niña.

-Avisame si no entendés alguna palabra -apuntó el hombre y siguió con su lectura del resto.

Ella dobló las grandes hojas como él le había enseñado.

Dejó al descubierto la última página. Allí estaban las historietas y las noticias “raras” donde siempre mencionaban lo que ella estaba esperando con ansiedad.

Ya era ocho de febrero y todavía no había salido nada al respecto y sería en febrero, de eso estaba segura.

Con el corazón palpitante y un nudo en la garganta la niña salteó las historietas y comenzó por la columna de las “noticias raras”.

Y allí estaba lo que había estado esperando. Entonces respiró aliviada, y un poco asustada.

¡Por fin había aparecido! Es febrero, se dijo, no podía fallar:

PREDICEN QUE SE APROXIMA EL FIN DEL MUNDO,

decía el titular y luego ampliaba:

“Astrólogos, científicos y personalidades varias
aseguran que el fin del mundo será
el 20 de febrero próximo.
Por diversos canales de investigación
se ha determinado que el Fin del Mundo
es inminente,
se advierte a la Humanidad del mismo
y aconsejan prepararse para dicha catástrofe.
¡Glup!”.

Las notas de esa columna del diario siempre terminaban así: ¡Glup!, ¡Ahhh!, ¡Ohhh! A Teresita eso la motivaba a darle más credibilidad a la noticia.

Luego de leer completa la nota de lo que tanto había estado esperando no tenía ánimos de leer los chistes. En doce días todo el mundo iba a desaparecer, lo decía el diario, pensó la niña con angustia.

-Tatita, ¿es cierto esto? -le preguntó a su padre mostrándole la nota.

El hombre se rió.

-Pero m´hija, si cada vez que dicen que se acaba el mundo ocurriese, ya hubiese terminado como mil veces. Teresita, te dije que no leas más esas noticias raras, después tenés pesadillas, vamos, vamos, lee los chistes o no te doy más hojas -la retó.

-Pero me da miedo ¿y si esta vez es en serio? -insistió la niña.

-¿Ves?, ¿ves? -siguió rezongando el padre- la culpa es mía por dejarte leer el diario. Son pavadas Teresita, no va a pasar nada. Y no le digas nada a tu madre porque me va a retar.

La niña iba a seguir preguntando pero se imaginó que el padre no la iba a dejar leer más el diario hasta que comenzaran las clases o que el mundo se acabara, lo que ocurriera primero, así que se calló y siguió leyendo en silencio.

En ese momento el perro, que dormitaba a un costado, emitió un gruñido.

¿Los perros sabrán que se acerca el fin del mundo?, dicen que presienten cuando se avecina una catástrofe, pensó Teresita mientras miraba al perro con cierta inquietud.

Y fue en ese momento que Duque levantó la cabeza, la miró y le guiñó un ojo. Claro que saben, pensó Teresita, y se enfrascó en la lectura de los chistes.

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