Cuentos
Speakeasy por Liliana Weisbek
Fue mi amigo Máximo el que primero me habló de los Speakeasy. ¿Los qué?, le pregunté en ese momento, mientras vagamente recordaba algo acerca de la época de la Ley Seca en los Estados Unidos. Sí, me confirmó, ¿viste los bares clandestinos que funcionaban en la época de la Ley Seca en los Estados Unidos?, bueno, esa moda se está imponiendo en Buenos Aires, son bares que no tienen cartel, no hacen publicidad, podes entrar solo por invitación y necesitás una contraseña para ser admitido, son super exclusivos, los tragos son impresionantes. Lo miré intrigado. ¿Vos ya fuiste a alguno?, le pregunté. Sí, claro, por eso te lo estoy diciendo, esta noche voy a ir a uno que me recomendaron en Palermo, se entra por el paredón de una calle sin salida…
Ahí no pude aguantar más y me eché a reír con ganas. No te rías, dijo Máximo, siempre entrás por algún lugar distinto para despistar, yo fui a uno al que entrabas a una librería, decías la contraseña, te corrían unos estantes con libros y ahí estaba el lugar, era una ambientación espectacular, de los años 30.
Había dejado de reírme y lo miraba con atención. Bueno, le dije, es un poco exótico esto que me estas contando, pero no tiene nada de particular, muchos lugares tienen ambientación temática.
Sí, claro, pero estos son algo distinto, como si pasaras a otra dimensión, a otro tiempo. Mira, fui a uno al que entrabas por el baño de una estación de servicio. Me reí nuevamente y Máximo, riéndose también, agregó, y el baño estaba bastante sucio. La ambientación era como un Saloon del Lejano Oeste. Allí tomé unos whiskies exquisitos.
Está bien, lo interrumpí, me convenciste, sobre todo por este último del baño sucio, agregué en forma irónica, voy con vos esta noche, ¿dónde es el lugar?
Todavía no lo sé, me tienen que mandar las instrucciones por wasap. Te aviso más tarde a qué hora te paso a buscar. Y cada uno siguió con sus actividades.
Ya era casi de noche, estaba entrando a mi casa cuando recibí un wasap de Máximo: a las diez te paso a buscar, vas a experimentar algo que cambiará tu vida.
Pensé que mi amigo era un exagerado y me preparé algo para comer, era viernes y la semana de trabajo había sido intensa, tenía más ganas de irme a dormir viendo una película que de salir a emborracharme, pero es difícil decirle que no a Máximo. Además, el tema de los Speakeasy me daba curiosidad. Ya tendría el sábado y el domingo para descansar si no surgía otro plan.
Comí algo, me duché y me vestí con ropa informal pero elegante, supuse que a esos lugares iría gente de buen nivel social.
A las diez en punto Máximo me pasó a buscar. Estaba entusiasmado. Qué suerte que viniste, te vas a sorprender. No dejaba de hablar de las cualidades del lugar al que iríamos.
Comí algo, me duché y me vestí con ropa informal pero elegante, supuse que a esos lugares iría gente de buen nivel social.
Yo vivía en Belgrano, en Virrey Loreto entre Luis María Campos y Arribeños. Máximo tomó por Libertador hasta Sarmiento, desde allí siguió hasta Plaza Italia y subió por Thames. Al llegar a Gorriti dobló a la izquierda hasta Serrano y allí nuevamente a la izquierda unas tres o cuatro cuadras hasta una cortada que nunca había visto, creo haber leído Versailles en el cartel de la calle, aunque había poca luz y el cartel estaba borroneado. Milagrosamente, un auto estacionado casi en la esquina se iba y pudimos estacionar.
Caminamos unos metros por esa misteriosa y oscura cortada. ¿Seguro que es acá?, le pregunté intranquilo luego de que pasáramos por delante de una puerta donde aparentemente funcionaba un bodegón; los dos tipos mal entrazados que controlaban la entrada nos miraron mal, sin disimulo.
Tranqui, me dijo mi amigo, vos seguime. Y seguimos unos metros más hasta llegar a un paredón lleno de grafitis que cerraba la calle. Obviamente no podíamos avanzar. Máximo, acá no hay nada, le dije cada vez más nervioso. Mi amigo me miró sonriente y, bajo la escasa luz que llegaba desde un farol, tocó la letra R, roja, de uno de los grafitis e increíblemente se abrió una especie de ventanita en la pared. Robespierre, dijo Máximo, entonces la puerta, indistinguible, se abrió en la pared y entramos a un lugar ambientado como en la corte de Versailles.
¿Qué es esto?, le pregunté a Máximo. Versailles en Buenos Aires, respondió mientras me empujaba hacia la barra donde había un barman vestido al estilo Luis XV con peluca blanca y todo. Muchos de los concurrentes estaban ataviados con ropa de época, y hasta hablaban en francés. Me sorprendió, pero con el bullicio y la música no se lo pude comentar a mi amigo.
Dos guillotines, le pidió Máximo al barman y nos sirvieron dos tragos en unas copas finísimas. Yo tenía mucha sed así que termine el mío rápidamente. Máximo, atento, me sirvió otro trago que bebí con avidez. Luego todo transcurrió como en cámara lenta. El lugar comenzó a desdibujarse frente a mí, la música, las voces, apenas si las escuchaba. Dos hombres me tomaron por los hombros y me condujeron por un pasillo, Máximo caminaba delante, los apuraba.
Se abrió una puerta y entramos a un lugar maloliente y oscuro. Parecía que había otras personas. Sentí que me sacaban los zapatos, el reloj, la billetera, el celular, rasgaron mi camisa. Monsieur le Comte, venez ici s´il vous plait, lo escuché decir a Máximo, alguien desde las sombras le respondió en francés y se acercó a él. Máximo volvió a hablar en francés y el personaje se quitó un saco celeste, el color lo vi después, largo y rotoso. Los dos hombres que me habían llevado a ese lugar me lo pusieron y lo abotonaron. No pude oponerme, no tenía fuerzas ni voluntad. El saco olía a sudor rancio. Luego me empujaron al suelo.
Entre la bruma que me envolvía pude distinguir a Máximo salir del lugar con los dos hombres y el otro, el que había respondido en francés, el dueño del saco que yo tenía puesto. Luego la abertura de la pared se cerró tras de ellos y ni rastros de la misma.
Poco a poco me fui despejando y mis ojos se acostumbraron a la penumbra. Había otras personas allí, sucias y malolientes, sentadas en el piso, algunas apoyadas contra las paredes de lo que parecía ser un calabozo, se distinguía una pesada puerta y paredes altas, de piedra, el piso era de tierra y en una de las paredes bien arriba había un ventanuco con rejas por donde se filtraba algo de luz. Había olor a orines y materia fecal, se escuchaban quejas y lamentos en francés. ¿Qué es esto?, pregunté en voz alta, mi voz sonaba áspera, la garganta me quemaba.
Desde un rincón, una voz argenta, como la mía, me contestó: Francia, la Revolución Francesa, estás en la Bastilla, nos van a guillotinar macho, te cambiaron por un conde franchute de mierda. Así es como los están salvando, a través de los Speakeasy, seguro que te lo recomendó un amigo, como a mí.
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